Además de lo anterior, Marx esboza que es el proletariado quien, al generar el tránsito como clase de ser un ser-en-sí a un ser-para-sí, estará llamado a tomar las contradicciones irresolubles propias del sistema capitalista para transitar a un estadio social e histórico más libre, a saber, el socialismo (Marx & Engels, 2013). Este análisis de Marx correspondía claramente a las condiciones sociales, económicas y políticas de la Europa del siglo XIX, y más concretamente de países en proceso de industrialización como lo eran Inglaterra, Francia o Alemania en su momento. Sin embargo, ¿a qué se refería Marx con proletariado? Si bien no es el propósito de este texto no es dar una respuesta a esta pregunta, sí nos será de gran utilidad dar una breve definición de qué se entiende por este concepto: el proletario es quien “no pudiendo vender mercancías en que su trabajo se materialice, se [ve] obligado a vender como una mercancía su propia fuerza de trabajo, identificada en su corporeidad viva” (Marx, 2010, p. 122). Es decir que todo aquel que para procurar su subsistencia deba emplear para otro su capacidad de transformación de materias (fuerza de trabajo) puede y debe entenderse como parte del proletariado. Hoy, aproximándonos al primer cuarto del siglo XXI, pueden sentirse lejanas las lecturas y ejemplos que presentaban Marx y Engels sobre los obreros fabriles hace ya más de 100 años. Sin embargo, es menester enfocarnos en si lo que ha cambiado con el correr de los años es sólo la apariencia o si es también la esencia.
Žižek, el sujeto trascendental, y la subjetividad radical Marcuseana
Durante la segunda mitad del siglo pasado comenzaron a surgir algunos nuevos “movimientos de rechazo” como las luchas estudiantiles de mayo de 1968. A pesar de las transformaciones derivadas de los eventos del 68 que se evidenciaron más en transformaciones culturales que políticas -que fueron un resultado que la izquierda reformista liberal podía poseer sin problemas (Kristin Ross, 2002)- estos resultados no podían entenderse como resultados suficientes para los movimientos revolucionarios. Con respecto a esto, para Herbert Marcuse, los movimientos radicales de los sesenta no fueron derrotados porqu estuvieran mal organizados, sino porque ellos fueron guiados en su estrategia y en sus metas por nociones de revolucioón que pertenecían al siglo XIX (Marcuse, 2015). En este sentido, Marcuse presentó sus conferencias de París en la Universidad de Vincennes, e introdujo la necesidad de analizar cómo algunos “sujetos políticos” podrían contribuir al propósito principal y fundamental del marxismo: la búsqueda de una sociedad más libre y más justa, lo que consiste, primordialmente, en la liberación del Sistema capitalista y de los valores de la civilización occidental.
Sin embargo, en el marco de nuevas propuestas para la transformación, algunos intelectuales “abandonaron la lucha social global, poniendo en su lugar la transfiguración propia de la subjetividad. En lugar de atacar al capitalismo, [estos intelectuales] prefieren denunciar por totalitarios la lucha de clases y el economicismo marxista y apoyar en cambio los procesos de subjetivación de las mujeres, las parejas gay, los indígenas y afrodescendientes, las lesbianas y los trabajadores precarios. Le dan importancia a las luchas contra el racismo, el sexismo, la homofobia y el colonialismo, pero no cuestionan el horizonte capitalista que hace posible y estructura todas esas luchas” (Castro-Gómez, 2015, p. 7). A estos intelectuales los denominó Slavoj Žižek como intelectuales posmodernos. Esta posmodernidad, de manera consciente o inconsciente ha favorecido el establecimiento y desarrollo del sistema capitalista por medio de la desagregación y división de los sujetos revolucionarios que en un principio la teoría marxiana y marxista habían denominado como proletariado.
¿Proletariado, feminismo y subjetividades en América Latina?
En este sentido, y tras haber revisado brevemente que proletario es todo aquel que cede su trabajo en mor de “garantizar” su vivir, y que es necesario el análisis histórico y contextual de las realidades concretas de los pueblos, podemos adentrarnos un poco más en lo que podría considerarse el proletariado latinoamericano en el siglo XXI. Los países latinoamericanos deben entenderse, en la actualidad, como sociedades semicoloniales; como sociedades donde concurren todos los modos de producción vigentes en una misma y unitaria estructura económico‐social bajo la lógica hegemónica del capital. Los sistemas económicos presentes en las sociedades latinoamericanas contemporáneas son el modo de producción feudal, donde las economías de América del Sur se especializan en la producción de bienes primarios, especialmente petróleo, minerales, y alimentos.
Así, la relación entre el modo de producción feudal característico de las economías latinoamericanas, y el modo de producción capitalista industrial propio de los países europeos y del norte del globo, puede definirse como una relación de obediencia -por parte del modo de producción feudal- y de dominación -por parte del modo de producción capitalista- (Wallerstein, 2010). Esta relación ha producido un “atraso” por parte de las sociedades latinoamericanas en el ideario de progreso propio del capitalismo ya que, al consistir esta relación de dominación en la elaboración de productos primarios o en la extracción de materias primas por parte de los sistemas feudales con el único propósito de la consecución de elementos de bajo valor por parte de los países capitalistas para la elaboración de nuevos productos, la plusvalía proveniente de la transformación de las materias en mercancías queda arraigada a los regímenes capitalistas, perpetuando así el flujo de inversión del capital a manos de los países capitalistas, y condenando a la generación de materias y a la compra de las materias hechas mercancía por parte de las economías de los países latinoamericanos.
Así las cosas, si las características de las naciones europeas o norteamericanas difieren ya desde su forma de producción con las características propias de las economías de América Latina, ¿es el proletariado que identificó Marx en la sociedad capitalista un concepto y una realidad que se aproxima a los desarrollos históricos y sociales de Nuestra América?
Según Portes y Hoffman (2003) “las clases sociales como el "proletariado" pueden definirse como entes relativamente homogéneos en las sociedades avanzadas, mientras que en la periferia se encuentran segmentadas” (Portes y Hoffman, 2003, 357 p.). Esta segmentación se debe a la articulación de los modos de producción feudal y capitalista en el mismo territorio y al mismo tiempo, lo que distorsiona la noción de proletariado proveniente del siglo XIX que encasillaba al obrero industrial propio del sistema capitalista como proletario.
Sin embargo, podría intuirse que el entendimiento del campesinado como parte del proletariado podría subsumir hasta cierto punto las discrepancias surgientes de la articulación de ambos modos de producción, pero las condiciones latinoamericanas que provienen desde el periodo de la colonización de nuestros territorios en los ámbitos raciales y de género requieren análisis más complejos. Las herencias que dejó el proceso de colonización en Nuestra América oscilan desde economías supeditadas a lógicas de dominación de los países europeos y del norte, hasta problemáticas raciales y de racialización, pasando por viejas y nuevas formas de lógicas patriarcales y de exclusión a las identidades sexuales y de género diferentes a las del hombre blanco.
En este sentido, ¿si la historia universal ha sido la historia de las luchas de clases, de las luchas entre explotados y explotadores, entre clases gobernadas y gobernantes en diferentes etapas del desarrollo social” (Marx & Engels, 1977, p. 577), no se presenta una configuración de la relación entre explotados y explotadores divergente a la europea en Nuestra América? ¿No son los señores feudales, mal llamados terratenientes o hacendados contemporáneamente y los grandes capitalistas financieros tanto a nivel local como a nivel global, quienes traen en sí mismos los “desarrollos” culturales e históricos propios de una élite determinada que podría entenderse como los explotadores? ¿No es, por otro lado, la situación de los pocos o muchos obreros industriales, mujeres y hombres, personas no blancas o criollas quienes pueden entenderse como explotados?
Para Mariátegui, por ejemplo, “la cuestión [sobre las condiciones de lo] indígena arranca de nuestra economía. Tiene sus raíces en el régimen de propiedad de la tierra” (Mariátegui, 1928, p. 26), lo que concuerda con los análisis histórico-políticos de la época. Sin embargo, ¿qué podríamos decir, hoy en día, con lo que sucede en la República Boliviana y el golpe de Estado por parte de la derecha blanca o mestiza? El problema del golpe de Estado que se acaba de desarrollar en nuestra hermana república no corresponde únicamente a intereses económicos o políticos, sino que corresponde, a su vez, a intereses raciales. El problema de la posesión de la tierra en Nuestra América, que se ve principalmente laborada por pueblos indígenas o descendientes de colonos (campesinos), no se agota en la lucha por la posesión y la distribución de las tierras, sino que corresponde, también, a la lucha por un poder simbólico que se representa en la superioridad del blanco o mestizo -que se presenta como señor feudal, terrateniente o hacendado- sobre los pueblos indígenas o campesinos. Algo similar sucede con los pueblos negros en Nuestra América. Los negros, quienes construyeron junto a los pueblos indígenas lo que hoy conocemos como las grandes ciudades y pueblos de nuestro continente, se ven igualmente explotados económicamente en labores como el trabajo de la tierra o la pesca, pero también dominados simbólicamente por una élite blanca o mestiza que los caracteriza como lo hizo la invasión española hace más de doscientos años: como fuerza de trabajo barata, como hombres y mujeres que sirven para trabajar y no para vivir.
Esto ha sido, hasta el momento, un análisis muy breve sobre las zonas rurales de América Latina. Pero ¿qué sucede en las zonas urbanas? Claramente el papel de lo negro y lo indígena se ha desplazado históricamente hacia lo rural, y los pocos negros o indígenas en lo urbano evidencian mucho más la explotación económica y social, como a su vez a dominación racial.
En el mundo contemporáneo, las condiciones del momento marxiano han cambiado radicalmente y más con relación a Nuestra América. Ya no encontramos grandes superficies fabriles en las ciudades -como sí las encontramos en uso por ejemplo en la India o en Vietnam, o como monumentos o edificios abandonados en la ciudad de Manchester-, sino que encontramos grandes superficies de oficinas donde se desarrolla el capital financiero o de servicios. Aquí, en las lógicas del capital financiero y de servicios, es mucho más evidente la explotación económica que ha descrito la teoría marxista históricamente: los trabajadores, para procurarse su vivir deben trabajar. También, sigue siendo evidente en los trabajos urbanos la presencia también (i) el extrañamiento de la obra creada, por ejemplo, en los obreros de la construcción quienes se sienten extraños de su obra, y (ii) la mecanización del trabajo hasta el extremo de la automatización del ser humano. Sin embargo, sin dejar de paso los vejámenes que sufren las comunidades étnicas en las grandes ciudades de nuestro continente, es menester enfocarnos aquí de la explotación a la mujer en estos entornos.
La mujer, en la historia de la humanidad, ha soportado un sin número de abusos y de arbitrariedades; en pocas palabras, ha sido sujeta a diversos tipos y formas de explotación. Uno de los roles principales que le ha otorgado el patriarcado históricamente a la mujer es el de ser madre. “La madre es, de todos los miembros de la familia, el que está más claramente determinado en su función social: ella produce la descendencia” (Benjamin, 978, p. 24). La producción de descendencia, como mencionaba Marx en los manuscritos del 44 tiene un carácter fundamental para el desarrollo capitalista, y consiste en que para producir ganancia es necesario que las personas que transforman las materias en mercancías (proletarios) no escaseen. Sin embargo, el carácter de explotación de la mujer en las sociedades capitalistas contemporáneas no se centra únicamente en el hecho de ser madres, sino, además, por su pertenencia a la clase trabajadora; “El papel de la mujer cambió gradualmente en el desarrollo de la sociedad industrial. Bajo el impacto de los programas técnicos, la reproducción social depende cada vez menos de la fuerza física y la destreza, ya sea en la guerra o en el proceso material de producción, o en el comercio. El resultado fue la explotación ampliada de las mujeres como instrumentos de trabajo” (Marcuse, 1974, p. 284), por lo que, lo que se vería en un principio como un avance en la consecución de derechos igualitarios por parte de las mujeres en el sistema capitalista, no fue más que la entrada a un sistema doble de explotación; a saber, la explotación en la producción de personal capaz de emplear su fuerza de trabajo y la explotación misma del capital sobre el trabajo. Por otro lado, a pesar de ser explotada como madre y como trabajador, la mujer encuentra, igualmente, barreras que la limitan para acceder al trabajo o para acceder a salarios equitativos y justos; ya bien sea por su condición de mujer y posible gestante, o por falsos estereotipos sobre las habilidades físicas o intelectuales de las mujeres.
Todo esto, sumado a las propuestas posmodernas que han legitimado las luchas individuales y subjetivas, ha generado la desarticulación de posibles sujetos revolucionarios. Sujetos que de manera conjunta y bajo una pertinente forma de organización podrían poner en aprietos al sistema capitalista. Sin embargo, ¿cómo poder generar ese caer-en-cuenta de que la lucha por los derechos sexuales, reproductivos, étnicos, históricos o religiosos significan la lucha incesante contra el capitalismo?
El concepto de reificación
La reificación, o cosificación (Verdinglichung), elaborado por Hegel, y desarrollado posteriormente por autores como Karl Marx, György Lukács y Herbert Marcuse, nos otorga una nueva forma de entender los fenómenos represivos que atacan y REPRIMEN a estas subjetividades, a saber, en el marco del sistema capitalista -derivado de su ascendencia feudal presente en Nuestra América- los sujetos que no corresponden a esta élite blanca y masculina se presentan como meros objetos. Así, algo que poseen en común tanto los proletarios como las mujeres, los indígenas y las negritudes es que son percibidos, por estas élites y por el tejido social, como objetos o fuerzas que tienen un rol determinado en el desarrollo de lo establecido.
Por una parte, la mujer hasta mediados del siglo XX, era entendida como un pilar fundamental del sistema capitalista; en ella descansaba la labor de generar más y nuevas formas de trabajadores (Marx & Engels, 1968), pero además debían organizar las condiciones materiales y simbólicas del hogar para que los trabajadores, mayoritariamente hombres, pudieran dedicar su tiempo exclusivamente a la dimensión del trabajo (Benjamin, 2009). Por otro lado, la mujer en el marco de las sociedades occidentales siempre ha sido considerada como un objeto de deseo, como una mercancía que debe adquirirse, consumirse, e incluso intercambiarse.
Con las negritudes en nuestra América, por el contrario, no existía tal dimensión del deseo, sino que, tras la propuesta de Bartolomé de las Casas de que los pueblos indígenas no debían entenderse como esclavos, comenzó la incorporación de mano esclava al sistema colonial del siglo XVI que se venía gestando (de las Casas, 2011). Comprender cómo las negritudes en los siglo XIX y principios del siglo XX han sido entendidos como meros objetos no requiere mayor énfasis, pero entender a las negritudes en el marco del siglo XXI como negritudes reificadas puede darse sólo en el plano de lo político y lo económico.
Benjamin, W. (1978), Brecht Ensayos y conversaciones, Montevideo, Uruguay, Arca Editorial.